“Los Vetriccioli”, de Fabio Morábito, narra la vida de una familia de traductores. Su autor, nacido en 1955, tiene mucho conocimiento sobre el tema de la traducción ya que además de ser autor de novela, ensayo, cuento y poesía, también ejerce esa profesión. Aunque nació en Egipto, pasó toda su infancia en Italia, por lo tanto su lengua materna es el italiano. A los 15 años emigró a México, lugar donde fue publicada esta obra. En este cuento de ficción literaria se muestran los distintos pasos que lleva hacer una traducción y refleja la propia vida de los traductores: esta tarea les llevaba muchas horas diarias y prácticamente no hacían otra cosa que traducir.

Este cuento, narrado en primera persona, comienza con la descripción de la casa en la que vivía toda la familia Vetriccioli; una familia numerosa, donde todos eran traductores. En cada recoveco de la casa había un pupitre con un tintero donde pudieran trabajar. Los Vetriccioli traducían de diez a doce horas por día, y muchas veces se dormían “con la pluma en la mano sobre sus escritorios”. En esta familia se comenzaba a traducir a partir de los 7 años, cada manuscrito pasaba de mano en mano hasta tener la esencia de toda la familia; esto se relaciona con que, desde su punto de vista, las traducciones son infinitas, ya que siempre hay alguien que le pueda hacer un cambio para mejorarla.

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Los Vetriccioli trabajaban sobre lo trabajado, traducían de la mejor manera lo que leían sin aportar originalidad y sin poner nada que no estuviera expresado en el texto original. Esto se puede pensar en relación con una célebre cita de Maurice E. Coindreau: “En primer lugar, un traductor es un hombre que no tiene ningún derecho; solo tiene deberes. Debe demostrar a su autor una fidelidad de perro, pero de un perro especial, que se comporta como un mono. Si no me equivoco, Mauriac escribió lo siguiente: «El novelista es el mono de Dios». Pues bien, el traductor es el mono del novelista. Debe hacer las mismas muecas, le guste o no”.

Cada sector de la casa se ocupaba de alguna traducción en especial. Los más viejos se dedicaban a enviar determinados manuscritos a su sección correspondiente; esto se puede comparar con la idea de que cada traductor se debe especializar en alguna materia, ya que esto los hace mejores y más rápidos a la hora de traducir sobre eso. Un mínimo cambio en el manuscrito, aunque fueran unas pocas líneas, provocaba que el libro viajara de un sector de la casa al otro y por eso casi nadie había leído un manuscrito de principio a fin. Los Vetriccioli eran tan buenos en su tarea que la gente compraba ejemplares “Vetriccioli” y se olvidaban por completo el autor original e incluso el nombre de la obra. Aunque esta familia era muy talentosa, tenían competencia: los Guarnieri. A diferencia de los Vetriccioli, los Guarnieri no vivían juntos, no tenían espíritu familiar y hasta se dudaba de que fueran en realidad todos parientes.

Los Vetriccioli no le daban el visto bueno a ver su nombre impreso en el libro porque debía parecer que el autor lo había escrito en ese idioma, sin pasar por ningún traductor. Por el contrario, los Guarnieri adoraban que el libro impreso llevara su nombre. Esta parte del cuento muestra la naturalidad con que los traductores deben hacer su trabajo. Las traducciones no deben parecer que lo son para que la audiencia pueda leer sin darse cuenta de que los libros originalmente fueron escritos en otra lengua. No debe haber originalidad en los textos, cada traductor debe ser fiel al texto fuente.

Este cuento de Morábito explica muy bien, aunque sea de forma ficcional, cómo trabajan los traductores, los desafíos que tienen día a día y cómo enfrentan cada traducción. Es una narración entretenida y al final tiene un giro que nadie espera. Gracias a este cuento se puede entender un poco mejor la dinámica de los traductores.

Por Justina Damboriana.

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