Jorge Luis Borges, quien fue considerado uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX, aprendió desde pequeño las lenguas inglesa y española debido a su educación bilingüe. Con el paso del tiempo, como consecuencia del traslado de su familia a Suiza, aprendería también francés y alemán. Desde entonces, tuvo una gran afición a la lectura y a la traducción. Él tomaba esta última actividad como un método de investigación más que como una actividad remunerada. Desde que comenzó a escribir ensayos sobre traducción, se han generado grandes debates ya que él pensaba que la traducción podía superar ampliamente al texto fuente y, al mismo tiempo, no ser completamente fiel a este (lalinternadeltraductor.org).

En 1935, redacta “Los traductores de Las mil y una noches” con la finalidad de acercarnos a sus principios de traducción. En este ensayo, que podemos encontrar en el libro Historia de la eternidad, Borges compara distintos traductores de la conocida recopilación de cuentos para brindar una mirada crítica que refleje la variación en la modalidad de escritura de cada uno. Además, al comenzar el texto, el autor nos introduce en la problemática de la traducción por medio del concepto de aniquilación —el cual se ve reflejado a lo largo del ensayo y escribe sobre cómo las traducciones de distintos autores se van “aniquilando” entre sí con el paso del tiempo.

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La traducción de la recopilación de cuentos por parte de Jean Antoine Galland (arabista francés) fue la primera en ser publicada y la más criticada por Borges: “Palabra por palabra, la versión de Galland es la peor escrita de todas, la más embustera y la más débil, pero fue la mejor leída”. Con esta cita, Borges explica que esta traducción tiene el defecto de no ser precisa en relación con el vocabulario y el tiempo. Cabe destacar que esta recopilación se origina alrededor del año 850 y el traductor debería adaptar el vocabulario a esta época.

Tiempo después de la muerte de Galland, aparece el británico Eduardo Lane (quien, según Borges, “aniquila” esta traducción poco precisa) que trata de adaptar las escenas, para ese momento consideradas “obscenas”, mientras que Galland simplemente las eliminaba por considerarlas de mal gusto. Borges presenta una crítica positiva hacia este traductor ya que lo define de la siguiente manera: “Con una admirable veracidad […] ignoraba toda precisión literal; justifica su interpretación de cada palabra dudosa”.

Por otro lado, la obra del inglés Richard Burton es catalogada “con un prestigio previo con el que no ha logrado competir ningún arabista”, según Borges. Además, el trabajo de Burton resolvió innumerable cantidad de problemas en su traducción en comparación a la obra de Lane. Entre los más importantes están, por ejemplo, que hizo que el público británico del siglo XIX se interesara por la versión escrita de estos cuentos del siglo XIII (debido a su encanto a la hora de escribir); por consiguiente, podría considerarse destacable que, según Borges, su obra difiere de la de Lane ya que este último evitaba toda escena erótica mientras que Burton trasladaba con precisión cada detalle. Borges, culmina con su crítica de la escritura de la obra de Burton diciendo que este autor sabe administrar las “travesuras verbales y sintácticas” que tanto atraen al lector: estas distraen el curso, a veces abrumador, del relato.

Por último, pero no menos importante, se encuentra la obra del francés Madrus. Él era reconocido por ser el traductor más veraz de Las mil y una noches pero Borges duda completamente de esto al afirmar: «yo sospecho que el árabe no es capaz de una versión “literal y completa” del párrafo de Madrus, así como tampoco lo es el Latín, o el castellano de Miguel de Cervantes». En su profundo análisis Borges agrega que la versión de este autor carece de lo que él denomina ”prosa rimada” donde se deberían encontrar animaciones del narrador: palacios, jardines, operaciones mágicas, menciones de la divinidad, etc. Además, el autor afirma que carece de predicaciones morales, es decir, “combinar con majestad palabras abstractas y proponer sin bochorno un lugar común”. Sin embargo, como crítico, Borges pudo destacar que la traducción de Madrus añade rasgos circunstanciales que los árabes anónimos descuidaron para que el lector pueda recrear la situación con facilidad. A pesar de las críticas constructivas que hace, afirma que tuvo un desaforado éxito y que lo que debe importar es la infidelidad creadora del traductor.

Este ensayo debería ser leído por todos aquellos que estén interesados en el mundo de la traducción o de esta recopilación de cuentos árabes y deseen conocer sobre las distintas interpretaciones que tuvo. La crítica de cada uno de estos cuentos que hace Jorge Luis Borges nos lleva a poder comprender lo que consideraba correcto y lo que no, en oposición, la mayor parte de las veces, a lo que los lectores de la obra opinaban sobre éstas. Claro está que Borges tiene una gran inclinación por la traducción que no es literal pero creadora, y no por la traducción clásica de traducir palabra por palabra. Por esto al principio del ensayo se refiere a una “dinastía enemiga”: hace diferencia entre quienes traducen literalmente, de quienes no. Es interesante, entonces, tener un análisis profundo de cada traductor que proviene de un reconocido escritor, lector y traductor. Además, este puede ser planteado como un ejercicio tanto como para coincidir o diferir de las críticas que Borges realiza para cualquier profesional del lenguaje.

Por Olivia Gorsin.

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